
Entrevista | Carolina Merino y Carmen Gloria Mariqueo «El Punto de la Ciencia»: cuando el arte textil, la ciencia y el saber ancestral se entretejen en el Geoparque Kütralkura
Este proyecto nace del deseo de resaltar la riqueza científica, cultural y ecológica de los paisajes únicos del Geoparque Kütralkura, declarado por la UNESCO y ubicado en la región de La Araucanía. A través de un trabajo colaborativo y multidisciplinario, se busca crear un mural tejido a crochet que une arte, ciencia y saberes locales. El mural será elaborado con hilos teñidos naturalmente utilizando minerales y plantas recolectados en los alrededores del Geoparque, integrando información científica sobre cada elemento. La iniciativa —liderada por el Laboratorio de Geomicrobiología de la Universidad de La Frontera, con la Dra. Carolina Merino Guzmán como directora, Carmen Gloria Mariqueo como encargada de ejecución, y la participación de la Agrupación “Teje y Punto” junto a las estudiantes de Bioquímica Pía Uribe y Solange Ruedlinger— busca involucrar activamente a la comunidad local, fortalecer su identidad cultural y fomentar la conservación del entorno.
—¿Cómo nace la idea del proyecto «El Punto de la Ciencia» y qué te motivó personalmente a liderarlo en el contexto del Geoparque Kütralkura?
Carolina Merino: La idea surge de una profunda convicción sobre la necesidad de hacer la ciencia más accesible. Siempre he buscado puentes creativos que conecten el conocimiento científico con la vida cotidiana, y el Geoparque Kütralkura, con su riqueza geológica, biológica y cultural, ofrecía un escenario perfecto.
Me motivaron varias razones: la belleza y el valor científico del territorio; el poder del arte, especialmente el tejido, como metáfora de cómo se construye el conocimiento; y la posibilidad de trabajar con la agrupación “Teje y Punto” y la artesana textil mapuche Mercedes Huaiquimil, cuyo saber ancestral enriquece profundamente esta experiencia. Ver cómo la ciencia se transforma en un hilo más del tejido identitario y cultural ha sido realmente inspirador.
—¿Qué significa para ti trabajar en una propuesta que combina arte textil, saber científico y cultura local?
Merino: Es una forma de democratizar el conocimiento. Como comunicadora y socia de la Sociedad Chilena de la Ciencia del Suelo (SChCS), siento que este proyecto nos permite hablar del suelo de una manera nueva, como un ente vivo que nutre nuestras plantas, tiñe nuestros hilos y sustenta la vida.
Además, implica validar saberes: los científicos y los tradicionales. Las tejedoras, con sus manos y conocimientos transmitidos por generaciones, aportan tanto como quienes estudiamos en laboratorios. El arte textil se convierte en un lenguaje común, empático y poderoso.
—El proyecto contempla un mural tejido con hilos teñidos con elementos naturales del entorno. ¿Qué simbolismos y conocimientos busca transmitir esta obra a la comunidad?
Carmen Gloria Mariqueo: Este mural es un lienzo cargado de significados. Primero, simboliza nuestra conexión con el entorno: cada hilo teñido con minerales y plantas del Geoparque lleva la esencia misma del territorio.
Queremos que transmita geodiversidad y biodiversidad, visibilizando formaciones geológicas, especies vegetales y procesos ecológicos a través del color y la textura. También busca mostrar que la ciencia está en lo cotidiano: en la tierra, en las plantas, en los tintes. Y, por supuesto, rinde homenaje al saber ancestral y su coexistencia con la ciencia moderna. Es una invitación a proteger el ecosistema desde el conocimiento y la emoción.
—¿Cómo ha sido el trabajo colaborativo con la agrupación “Teje y Punto”, las comunidades locales y los estudiantes de bioquímica?
Merino: Ha sido el corazón del proyecto. La agrupación “Teje y Punto” ha sido clave en el desarrollo del mural, aportando técnicas y conocimientos textiles. Mercedes Huaiquimil, con su maestría en el teñido natural, ha guiado un proceso que es tanto científico como cultural.
Nosotras acompañamos a las tejedoras en la identificación científica de plantas y minerales, mientras los estudiantes de bioquímica han analizado pigmentos y procesos químicos, aportando rigurosidad al trabajo. Se ha generado un intercambio auténtico y horizontal, basado en el respeto y la admiración mutua.
—¿Qué importancia tiene desarrollar iniciativas científicas desde el territorio y con enfoque intercultural, como lo propone este proyecto?
Mariqueo: Es fundamental. Cuando la ciencia nace del territorio, responde a sus realidades y se vuelve pertinente para quienes lo habitan. Esto promueve una verdadera apropiación del conocimiento: la gente lo valida desde su experiencia, lo integra a su cultura.
Además, en territorios como La Araucanía, con una fuerte presencia mapuche, no podemos hablar de naturaleza sin considerar su cosmovisión. Este proyecto permite un diálogo de saberes que enriquece a ambas partes y fortalece la conservación desde el amor y el entendimiento.
—¿Cuáles han sido los principales desafíos que han enfrentado y cómo los han abordado?
Merino: Uno de los mayores retos ha sido traducir el lenguaje científico para hacerlo comprensible y útil en el contexto del tejido. Lo hemos hecho a través de experiencias prácticas y visuales.
Otro desafío ha sido coordinar tiempos y prioridades entre los distintos actores. La comunicación constante y la flexibilidad han sido clave. Además, nos preocupamos por una recolección responsable de plantas y minerales, trabajando con geólogos y conocedores locales. Por último, la escala del mural —de 1.500 x 3.000 cm— ha requerido planificación detallada y trabajo en equipo para distribuir tareas sin sobrecargar a nadie.
—¿Qué proyecciones tienen para este mural y para el trabajo de vinculación ciencia-arte-comunidad en el futuro? ¿Creen que este modelo puede replicarse?
Mariqueo: Queremos que el mural no sea una pieza estática, sino una herramienta viva de divulgación. Planeamos presentarlo en la conferencia de Geoparques de la UNESCO en 2025 y ojalá llevarlo a otros espacios educativos y comunitarios.
Creemos firmemente que este modelo puede replicarse en otros territorios. La clave está en adaptarlo a los saberes locales, en fomentar el diálogo entre disciplinas y en confiar en que la ciencia no es solo de los científicos, sino de todos. Porque cuando la ciencia se entreteje con el arte y la comunidad, florece.