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Septiembre no debería ser un día para sentir culpa: Menos desperdicio, más conciencia

Septiembre no debería ser un día para sentir culpa: Menos desperdicio, más conciencia

Francisco Matus

Universidad de la Frontera

El próximo 29 de septiembre se conmemora el Día Internacional de Concientización sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos. No se trata de una fecha simbólica más, sino de una oportunidad para reflexionar de frente a una paradoja: mientras millones de personas en el mundo sufren hambre (8,2% de la población mundial, es decir 673 millones de personas) por conflictos, desigualdad de género y los efectos del cambio climático (8-10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero) un tercio de los alimentos producidos nunca llega al plato. Alrededor del 13% de los alimentos se pierde después de la cosecha y otro 19% se desperdicia en hogares, supermercados y restaurantes: una tendencia éticamente inaceptable y ambientalmente insostenible que los objetivos de desarrollo sostenible buscan frenar para lograr la seguridad alimentaria al 20301.

Detrás de cada alimento perdido hay una historia. La producción de un kilogramo de pan, de leche o de carne no se limita a la semilla o al animal, sino que implica agua, fertilizantes, transporte y, sobre todo, energía que podemos traducir en carbono. Cada hectárea agrícola funciona como un gran “reactor biológico” donde plantas, microorganismos y minerales del suelo intercambian carbono en un ciclo continuo. Cuando producimos alimentos, invertimos parte de ese carbono: en forma de materia orgánica incorporada al suelo, de combustibles fósiles usados en la maquinaria, o de emisiones que inevitablemente acompañan la producción2,3. Así, por ejemplo, un cultivo de trigo puede fijar desde el aire entre 8 y 12 toneladas de carbono por hectárea a lo largo de la temporada. Tras la respiración de las plantas, una parte queda como biomasa y, de ella, alrededor del 40–50% se convierte en grano lo que equivale a 4–6 toneladas por hectárea. Como cada tonelada de grano aporta ~3,5 millones de calorías4, y una persona necesita ~912.000 calorías al año, una hectárea de trigo puede alimentar a 15–23 personas durante un año.  ¡Imagínese perder un tercio de esa producción¡, equivale a dejar sin alimento entre 5 y 7 personas. Este simple cálculo ilustra no solo el impacto social y nutricional del desperdicio de alimentos, sino también la enorme inversión energética y de carbono que se desaprovecha cuando los alimentos no llegan a ser consumidos.

La pérdida de alimentos significa, entonces, una doble ineficiencia. Por un lado, se desaprovecha el esfuerzo humano y económico invertido en producirlos; por otro, se malgasta el “capital de carbono y energía” que se destinó a esa producción. En términos energéticos, el carbono es la moneda que sostiene la agricultura: entra al sistema mediante la fotosíntesis, se transforma en biomasa y retorna al suelo o a la atmósfera dependiendo de nuestras prácticas. Cuando el alimento no se consume, esa inversión de carbono se convierte en deuda ambiental. Un suelo sano y rico en carbono orgánico tiene mayor capacidad de sostener rendimientos, retener agua y resistir la erosión. Pero si la sociedad no logra reducir el desperdicio, la presión por producir más alimentos seguirá creciendo, aumentando la huella de carbono y empobreciendo la productividad de los suelos. En cambio, si reducimos las pérdidas, podríamos liberar una fracción significativa de recursos, permitiendo restaurar suelos degradados y aumentar su rol como sumideros de carbono.

Reflexionar sobre la pérdida de alimentos es reflexionar sobre la eficiencia del sistema alimentario en su conjunto. Cada alimento en la basura implica agua perdida, carbono o energía malgastada. La lucha contra el desperdicio no solo es una cuestión de justicia social; es una estrategia crucial para mitigar el cambio climático y fortalecer la seguridad alimentaria.

El 29 de septiembre no debería ser un día para sentir culpa, sino para activar conciencia. Reducir la pérdida de alimentos es cuidar el carbono del suelo, proteger el futuro de la agricultura y avanzar hacia un sistema más justo y resiliente. En definitiva, es reconocer que detrás de cada alimento está la historia de nuestro planeta y la responsabilidad compartida de preservarlo.

 


1UN environmental program (2024) (https://www.unep.org/topics/food-systems/food-loss-and-waste

2Vetter, S. H., et al. (2017). Greenhouse gas emissions from agricultural food production to supply Indian diets: Implications for climate change mitigation. Agriculture, Ecosystems & Environment, 237, 234. https://doi.org/10.1016/j.agee.2016.12.024

3Zhang, G., Wang, X., Zhang, L., Xiong, K., Zheng, C., Lu, F., Zhao, H., Zheng, H., & Ouyang, Z. (2018). Carbon and water footprints of major cereal crops production in China. Journal of Cleaner Production, 194, 613-623. https://doi.org/10.1016/j.jclepro.2018.05.024

4Food and Agriculture Organization of the United Nations (2003). Food Energy – Methods of Analysis and Conversion Factors. Food and Nutrition Paper no. 77, FAO, 2003.