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Día Internacional contra el Cambio Climático

Día Internacional contra el Cambio Climático

El suelo: la primera línea frente al cambio climático y la seguridad alimentaria

El cambio climático es uno de los mayores desafíos ambientales y sociales del siglo XXI. Sus efectos se manifiestan con fuerza en los sistemas agrícolas, donde el equilibrio entre el suelo, el agua y las plantas se vuelve cada vez más frágil. En este contexto, el suelo emerge como un actor silencioso pero fundamental: es el primer eslabón en la cadena de la seguridad alimentaria y, al mismo tiempo, una herramienta clave para mitigar los impactos del cambio climático.

El suelo regula procesos esenciales para la vida: almacena agua, nutrientes y carbono, sostiene la biodiversidad subterránea y permite el crecimiento de los cultivos agrícolas. Sin embargo, la presión sobre este recurso ha aumentado de manera preocupante. La expansión agrícola, la deforestación, el cambio de uso de suelo y el uso intensivo de agroquímicos han degradado vastas superficies de suelos fértiles. En Chile, la erosión afecta aproximadamente la mitad del territorio, comprometiendo la productividad agrícola y la resiliencia de los ecosistemas.

El cambio climático intensifica estos problemas. Las variaciones en la temperatura, la mayor frecuencia de sequías y las precipitaciones concentradas en cortos periodos o estivales no frecuentes alteran la estructura y fertilidad del suelo. Cuando los suelos pierden materia orgánica o se compactan, disminuye su capacidad de retener agua y nutrientes, afectando directamente la producción de alimentos. En los sistemas agrícolas más vulnerables, como aquellos de secano, dependientes de la precipitación como única fuente de agua, la degradación del suelo se traduce en pérdidas económicas y en una reducción de la seguridad alimentaria para las comunidades.

En este escenario, el manejo sustentable del suelo se convierte en una estrategia central para enfrentar el cambio climático. A través de prácticas que mejoran su estructura, aumentan la infiltración de agua y promueven la acumulación de carbono, es posible fortalecer la capacidad del suelo para sostener los cultivos y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. La agricultura de conservación, que incluye técnicas como la labranza mínima, la rotación de cultivos, agroforestería y la incorporación de residuos vegetales, ha demostrado mejorar la resiliencia del suelo frente a los extremos climáticos.

Otra línea de acción relevante es la restauración de suelos degradados mediante la incorporación de materia orgánica. Estas prácticas no solo aumentan la fertilidad natural, sino que también ayudan a fijar carbono en el suelo, transformándolo en un aliado directo en la mitigación del cambio climático. Del mismo modo, el uso de cultivos de cobertura y la integración de árboles o arbustos nativos en sistemas agroforestales contribuyen a reducir la erosión, mejorar el microclima y proteger la biodiversidad del paisaje agrícola.

La seguridad alimentaria de nuestro país y el mundo depende directamente de la salud del suelo, tanto la salud, física, biológica y química. Sin suelos fértiles, estables y bien manejados, los sistemas agrícolas no pueden sostener la producción necesaria para una población en crecimiento. En este sentido, proteger el suelo no es solo una tarea ambiental, sino también una política de desarrollo y bienestar social. Cada hectárea conservada o restaurada representa un paso hacia una agricultura más resiliente y sostenible.

El conocimiento científico y la innovación tecnológica deben ir de la mano con el conocimiento local de los agricultores, que nos alimentan como sociedad, no solo físicamente, sino mentalmente. Ellos son los primeros observadores de los cambios en el suelo y los más afectados por su degradación. Fortalecer sus capacidades, promover la educación ambiental y facilitar el acceso a tecnologías sostenibles son acciones prioritarias para enfrentar el desafío global del cambio climático desde el territorio.

El suelo no es un recurso renovable a escala humana. Su formación tarda siglos, pero su pérdida puede ocurrir en un abrir y cerrar de ojos.
En la lucha contra el cambio climático, los suelos sanos son nuestra garantía de un futuro donde la producción agrícola y la naturaleza puedan coexistir en equilibrio.

 

Ángela Francisca Faúndez Cáceres

Lic. Ing. Agr. M.Sc. Ph.D.

Centro de Información de Recursos Naturales CIREN, Ministerio de Agricultura

Especialista en suelos